Ann

Me recosté sobre la cama. En esa misma cama-la tarde de un veintidós de febrero-Tania y yo hicimos el amor por primera vez. Lo hicimos toscamente, aturdidos por la culpa y la inexperiencia. Ella era virgen y yo, sin tomar en cuenta dos fugaces acostones, podría decirse que también.

Nos enmarañamos al desvestirnos. Su cabello se enganchó a la hebilla de mi cinturón, su blusa se rasgó y dos botones de mi camisa se descosieron. Queríamos ir rápido y despacio al mismo tiempo. Ignorábamos como colocarnos y nos encimábamos uno sobre el otro, como tortugas apareándose.
Ensayamos diversas posiciones. En todas, Tania se quejaba. "Me lastimas", repetía. Después de varios intentos logré penetrarla. Ella gimió con suavidad y me miró distinto a como siempre me había mirado.

-Estás dentro-murmuró-, muy dentro.-Y me besó en la boca. Sentí su piel húmeda bajo las sábanas, sus senos aplastándose contra mi pecho, su cabello rozando mi cara. me sorprendía estar con ella así: en su desnudez total. Nunca había estado al lado de una mujer por completo desnuda...

Tania y yo nos acariciamos hasta quedarnos dormidos. En medio del sopor de la siesta me despabilaba de vez en vez para contemplarla y volvía a dormirme abrazada a su torso desnudo.
Ella se puso de pie y sin pudor caminó desnuda al centro de la habitación. Se paró y se cruzó de brazos, adoptando la postura de quien espera un taxi.

-¿No vas a venir?-preguntó.
-¿Adónde?
-Pues a bañarte conmigo-respondió con seguridad.

Sus palabras me desconcertaron. las había dicho como si entre nosotros mediara un acuerdo o una costumbre largamente sabida por ambos. Extendió su mano para ayudar a levantarme. Me jaló y al hacerlo las cobijas resbalaron al suelo. En las sábanas que cubría el colchón aparecieron dos tenues rayas de sangre. Tania se acercó y las examinó intrigada.

-"Me habían dicho que dolía mucho la primera vez, pero la verdad no es para tanto"- dijo.

Me rodeó el cuello con los brazos y caminando de espaldas me condujo al baño.

Dentro de la regadera hicimos el amor una vez más, tendidos sobre las baldosas, con el agua caliente sobre nuestras espaldas, sin preocuparnos por usar condón, sin miedo al embarazo, sin temor a nosotros mismos ni al qué sucedería en adelante.

Acaricié su cuerpo, centímetro por centímetro. Busqué impregnarme de ella, tenerla al ras de mis dedos, por si acaso lo sucedido esa tarde no volviera a repetirse...

Tania salió de la regadera, se envolvió en la toalla y se retiró sin decir palabra. Apesadumbrado, me quedé bajo el chorro de agua, esperando su partida, imaginándomela desnuda en la habitación, sosegadamente desnuda.

Abrí la pequeña ventana arriba de la jabonera para que escapara el vapor. EL cielo se vislumbraba claro, con nubes ralas, estáticas, En el radio, después de una canción pegajosa y tonta, el locutor anunció con voz engolada la hora exacta: ocho de la noche con siete minutos. Una canción después escuché cómo el automóvil de Tania avanzaba por el estacionamiento.

Cerré las llaves de la regadera y todavía mojado me dirigí al cuarto. Miré a mi alrededor; quedaba todo y nada de ella; la toalla con la cual se había secado, botada encima del buró; las marcas de sus pisadas húmedas, desvaneciéndose en la alfombra; un cepillo para pelo olvidado junto a la luna del espejo y la cama revuelta donde horas antes habíamos hecho el amor.

Me senté sobre el colchón. En la sábana, a un lado de las manchas de sangre, Tania había escrito con plumón negro: " Te amo más de lo que crees".

Desgarré la sábana valiéndome de los dientes y me llevé el trozo de tela con su sangre...

Guillermo Arriaga